martes, 20 de octubre de 2009

"La ladrona de libros", de Markus Zusak

Aunque confieso que, al principio, no me entusiasmó mucho comenzar el libro (uff... Segunda Guerra Mundial otra vez) bastaron sin embargo veinte páginas para darme cuenta de que no era un libro más. Después de leer la última página, puedo asegurar que es uno de los mejores libros que he leído en los últimos años.

"La ladrona de libros" es una historia muy triste, pero preciosa, donde la Muerte cuenta la vida de la pequeña Liesel Meminger, una niña traumatizada por el fallecimiento de su hermano y que, tras ser separada de sus padres, es dada en adopción a los Hubermann, una humilde familia de un barrio obrero del pueblo alemán de Molching.

Junto a sus padres adoptivos, su amigo Rudy, el judío Max y el resto de pintorescos vecinos, Liesel experimentará la pasión por la lectura, el amor, la amistad, el miedo y la amargura de la muerte. Y todo ello con el régimen Nazi y la Segunda Guerra Mundial de fondo que, sin embargo, apenas se hacen notar y solamente se limitan a pintar el contexto histórico de la historia, silenciosamente y sin molestar al lector.

En este libro, Markus Zusak ha sabido crear una gran historia, magistralmente escrita, con unos personajes tan creíbles y bien definidos que da la sensación de estar compartiendo con ellos la comida.

lunes, 19 de octubre de 2009

Bebé "a borto".

Seguimos con la crispación política y social; una guerra por el poder que parece no tener fin, en la que la cochambrosa clase política no muestra pudor alguno en utilizar toda clase de puñaladas traperas ni escudos humanos, sin importar cuántas de sus respectivas marionetas quedan en el camino. Todo sea por el sillón presidencial. Qué tiempos aquéllos en los que aún se pensaba que era el pueblo el que elegía a sus gobernantes. Nos queda aún mucho por aprender en esto de la democracia, y a las pruebas me remito. No consigo comprender que aún se discuta sobre si ganará el PSOE o el PP las próximas elecciones generales, cuando cada día estamos viendo lo que se esconde bajo la careta de cada uno de ellos.

La última polémica, que no será la última, hace referencia a la reforma de la Ley del Aborto. La derecha más recalcitrante y reaccionaria, con la bendición de la Iglesia Católica, ha sacado sus hordas a la calle reviviendo artificialmente una polémica que ya quedó cerrada hace más de veinte años. No protestan contra la modificación de ley del aborto sino contra el aborto en sí, defendiendo un derecho a la vida de los embriones como si el proyecto de ley obligara a ir por ahí cazando fetos en plan Herodes. Curioso, además, que vengan ahora a decir eso cuando, en ocho años de gobierno popular, nunca se tocó la actual ley del aborto y cuando, años antes, esos mismos señoritingos eran los que, con impasible ademán, enviaban a sus hijas mancilladas al extranjero a pagar por un derecho a la vida decente y sin tacha. Y todo ello, no lo olvidemos, con la aprobación de una Santa Iglesia Católica también defensora de la vida, pero la alegre, a la que son tan aficionados sus obispos pederastas efebófilos. Venga hipocresía y venga pasta gansa para acallar las bocas de los jovencitos traumatizados, que ya seguirán encargándose de aplicar la ley del embudo al rebaño de Dios. Que para eso son los pastores y los herederos de los apóstoles, qué coño; siembre ha habido clases.

Pero que nadie se lleve a engaño. Yo tampoco estoy a favor de la reforma de la ley, pero por causas muy diferentes a la que expone el sector diestro del hemiciclo parlamentario. Cuando uno le echa un vistazo al proyecto de ley no se puede evitar notar un hedor a fundamentalismo feminazi, tan característico de este último gobierno socialista. Con la llegada del presidente Rodríguez Zapatero al poder se hizo realidad el acceso al poder de los movimientos feministas más radicales, aquéllos que sostienen que el hombre es, por el mero hecho de nacer con un escroto entre las piernas, un ser opresor, malvado y culpable de todas las miserias de la humanidad. La búsqueda constante de venganza se materializó finalmente con la abominable Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, que consiguió dos cosas: que la utilización del vocablo “género” revelara la verdadera idoneidad de sus promotores para dirigir el país y, por otro lado, establecer finalmente un estado de apartheid con el cual el sexo ario finalmente daría su merecido al sexo opresor, causante de todas las desgracias que afligen a la mujer. Pero esto es otro tema, que quizás desarrolle otro día.

La reforma de la Ley del aborto, como digo, viene a afianzar ese estado de apartheid y en ningún momento, en ningún artículo, hace mención al padre de la criatura que está por nacer. He aquí mi primer punto de discrepancia con este proyecto. Según el artículo 14 del proyecto de ley, dentro de las catorce primeras semanas la embarazada podrá interrumpir el embarazo, con dos únicos requisitos: que se le haya informado previamente sobre derechos, prestaciones y ayudas públicas de apoyo a la maternidad y que hayan transcurrido, al menos, tres días desde que se da esa información y la intervención.

Ello supone que es la embarazada, y sólo ella, la que puede decidir si el embarazo sigue adelante o no, ignorando por completo, porque no importa, la opinión del futuro padre. Esto no hace otra cosa que afianzar la idea feminazi de que el hombre ha de ser un mero instrumento para la procreación y posterior mantenimiento de la prole; lo que se ha venido llamando el padre cajero automático. Él no tiene voz ni voto. Culpable es por haberla metido donde no debía, obligando a la mujer a pasar por un traumático embarazo no deseado. Ahora será decisión de la víctima decidir si le libra de toda obligación o si, por el contrario, le condena a pasar por caja, como mínimo, los próximos dieciocho años. No quieren entender que, salvo casos de violación, la mujer embarazada ha tenido tanta culpa como el hombre en el embarazo no deseado, y me parece justo que, al menos, se escuche al padre de la criatura. Entiendo que son puntos importantes para debatir la posibilidad de que el padre sí quiera hacerse cargo del niño (ofreciendo la posibilidad de ocuparse de él, liberando a la madre) o, sensu contrario, que el padre también tuviera la misma libertad de decidir no hacerse cargo del niño, aunque la madre quiera seguir adelante con el embarazo. Claro que ello rompe con la doctrina política de la dictadura imperante, y bastante tendré con que no me tachen de machista y maltratador a partir de ahora.

Tampoco hace falta que los padres de la embarazada, si ésta es menor de edad, sepan algo del asunto. ¿Para qué? Tenemos a una menor de dieciséis años que no puede beber alcohol, ni fumar, ni alquilar una película porno, ni conducir un coche ni votar, pero sí puede, sin que nadie se entere, tirarse a quien quiera, quedarse embarazada, abortar e irse tranquilamente a casa de sus padres a pedir la paga y a comer la sopa boba.

Y, por último, también se me presenta una duda de carácter jurídico, y de la que nadie habla. ¿Qué pasa ahora con la protección del nasciturus en el caso de las herencias? Pongamos un caso práctico: un hombre, casado y sin ascendencia, deja embarazada a su mujer y fallece repentinamente. El heredero sería el futuro hijo pero claro, con la reforma de la ley quedaría en manos de la madre decidir eso, ya que si el hijo no llega a nacer la heredera de todos los bienes sería ella por ser cónyuge no separada en el momento de la muerte del marido. La propaganda feminazi dirá que ninguna madre abortaría voluntariamente por dinero; yo digo, por mi propia experiencia, que el dinero saca lo peor del alma humana, sobre todo en las herencias.

No quiero extenderme más, por miedo a ser aburrido. Pero ahí dejo mis dudas, para que todo el que quiera reflexione y para que quede constancia que en esto de la reforma del aborto hay más partes que feministas radicales y obispos retrógrados.