domingo, 15 de noviembre de 2009

"La ciudad del diablo", de Ángela Vallvey.

Sorprende que una escritora de la talla de Ángela Vallvey, "ninguna primeriza en el ámbito de las letras", como ella misma reseña en su página web, y con un premio Nadal y una final del premio Planeta en su haber, haya podido dar a luz a algo tan decepcionante como "La ciudad del diablo". Definitivamente no debe de ser su mejor libro, y es una lástima que haya sido lo primero que he leído de ella, porque por su culpa pensaré más de lo debido darle otra oportunidad en el futuro.

Y eso que la historia no pinta mal en principio: en el ficticio pueblo toledano de San Esteban aparece el cadáver de una conocida vecina. La conmoción que provoca la causa violenta de su muerte, y el inquietante momento político en el que se produce, con Franco agonizando, hace que los habitantes del pequeño municipio vivan los últimos días de la dictadura en la frontera entre la tensión de viejos secretos familiares y la angustia de un incierto futuro.

El problema reside en que la autora no ha acertado en la forma de contarlo, y el libro muere en sus primeras páginas. La historia no ofrece emoción en ningún momento, y pronto el lector se da cuenta de que todo no es más que una excusa para encasquetar una crónica sobre los últimos días de Franco. Tanto es así que lo que en principio parece sólo el contexto histórico de la novela acaba creciendo como un tumor maligno y finalmente se lo come todo, haciéndose omnipresente, y relegando a lo que se suponía la historia principal a la esquina en la que menos estorba.

Los personajes, además, tampoco es que hagan mucho por darle lustre al libro; son muy difíciles de digerir. Dos protagonistas principales: Don Alberto, un cura joven recién llegado y renovador, y Ricardo, un monaguillo de diez años y de una madurez impropia para su edad, son acompañados por un puñado de figuras absolutamente intrascendentes. Sólo destacan el abuelo de Ricardo, un poco creíble señorito rico, rojo hasta la médula, que se hace constantemente el gracioso amigo guay y que no duda en hablarle abiertamente de putas a su nieto; y quienes finalmente son responsables de la muerte violenta (lógicamente, no puedo dar más datos).

El estilo, por otro lado, no me parece tampoco afortunado. La narración de lo que acontece en el pueblo toledano está plagada de situaciones y conversaciones triviales, de difícil encaje, que no aportan nada al desarrollo del relato y que, como ya he dicho, no son más que pequeños y aburridos entremeses dentro del verdadero objetivo del libro: la crónica de la agonía del caudillo. Además, el texto presenta una sobrecarga de símiles que caen sobre la mente del lector como una bomba de racimo; prácticamente cada párrafo describe una situación, persona o cosa, y todo es como algo. La obsesión llega a tal punto que se acaba recurriendo a comparaciones tan malas como a que aparece en la página 154 de mi ejemplar:

"Sus ojos estaban puestos en el Mas Allá, y seguramente no entendía demasiado de la cosas del mundo al igual que un esclavo judío de la antigüedad no comprendía la política egipcia".

En definitiva, "La ciudad del diablo" me parece un libro insulso y aburrido, quizás sólo para incondicionales de su autora. Quienes busquen una interesante novela negra, con una trama inquietante y un brillante final que sorprenda se sentirán profundamente decepcionados ya que, sin comerlo ni beberlo, se verán envueltos en una clase de historia de España que, de haberla querido, mejor hubiera sido recurrir a otros géneros literarios. Si Ángela Vallvey quería dar su versión de los últimos días del dictador, quizás debería haberse atrevido con un ensayo, y así no habría condenado al fracaso a un relato que acaba tocando fondo con el espantoso ridículo que, al final, acaban haciendo Don Alberto y Ricardo. Sherlock Holmes y Watson, como ellos mismos se definen, quedan muy lejos del papel de los dos protagonistas, y más bien son los entrañables Mortadelo y Filemón quienes mejor representan la esencia del joven cura y su monaguillo.

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