domingo, 14 de agosto de 2011

Abrir notificaciones LexNet en Linux.

Cuando la administración pública manifestó a los cuatro vientos que implementaría los estándares libres en su funcionamiento, muchos tuvieron un ataque de euforia, y se imaginaron al funcionariado utilizando sudo entre café y café y quemando en piras gigantescas todas las copias de Windows, Microsoft Office y cualquier otro programa cuyo código no pudiera auditarse por el propio administrado. ¡Viva la revolución!

Pero lo cierto es que, a día de hoy, y salvo honrosas excepciones como la Agencia Tributaria, la administración pública sigue diciendo Diego donde dijo digo, y la adopción de estándares libres en ámbitos de los que no dependen tanto los oros del Estado es manifiestamente chapucera, cuando no inexistente. Claro que habrá quien diga que muchas oficinas públicas siguen usando el papel y el bolígrafo, los estándares más universales y extendidos hasta la fecha. A lo mejor era a eso a lo que se referían, y fuimos nosotros los que lo entendimos mal.

Un ejemplo claro de lo dicho es lo que se conoce como LexNet que, para quien no lo sepa, es un sistema de notificación telemática de resoluciones judiciales. Dejando de momento al margen los problemas de implementación que, en la actualidad, ocasiona el hecho de utilizar para su funcionamiento ActiveX - y que supone que nadie que maneje Linux o Mac OS, o simplemente otro navegador que no sea Internet Explorer, pueda usarlo - me centraré solamente en el acto de la notificación de las resoluciones judiciales.

Cuando un juzgado dicta una resolución, ésta es notificada vía LexNet a los abogados y procuradores. El problema es que el archivo de la resolución, que llega a los mencionados profesionales vía telemática, suele tener el formato RTF o, en otros casos, DOC, dos formatos propietarios de Microsoft. En principio esto no debería suponer ningún problema más allá del incumplimiento del compromiso de la administración pública de usar estándares abiertos, pues muchas aplicaciones ofimáticas propias de Linux (OpenOffice.org, LibreOffice o AbiWord) pueden leer y escribir dichos formatos casi sin problemas. Pero obsérvese que he dicho "casi", y como en España somos muy dados a cumplir a rajatabla la Ley de Murphy, si algo puede hacerse mal, se hará mal.

El problema es que esos documentos RTF o DOC contienen algún tipo de objeto, macro o lo que sea que hace que toda la cabecera de la resolución sea ilegible para cualquier aplicación que no sea Microsoft Office. Y como una imagen vale más de mil palabras, sea, pues. En teoría, un documento de LexNet debería verse así:


Pero, lamentablemente, al abrirlo con LibreOffice, OpenOffice.org o AbiWord, lo que aparece es esto:


Como se puede ver, desaparece toda la información relativa al órgano judicial que dicta la resolución, así como a los datos que hacen referencia al tipo de procedimiento, el número de autos y las partes. A mi juicio, todo un ataque al derecho de defensa, pues obliga a tener software propietario al destinatario si quiere recibir en condiciones óptimas información tan vital como la relativa a un proceso judicial. Claro que hablamos de abogados y procuradores, profesionales que, y bien lo saben todos los cantamañanas de este país, tienen miles de millones, muchos robados, y los pocos que no, sin declarar; pero no se trata de que puedan o no pagar una licencia de Windows y otra de Office, sino de la libertad que implica trabajar con el sistema operativo que a cada uno le dé la gana, sin que ello suponga un menoscabo de los derechos como ciudadano.

SOLUCIONES

Como no soy experto informático, desconozco a qué se debe el problema: si a una chapuza de los desarrolladores de LexNet, a los programadores de las aplicaciones utilizadas para escribir las resoluciones judiciales, o a una incapacidad de los colaboradores de las suites ofimáticas de código abierto para lograr una total compatibilidad con los formatos mencionados. No obstante, intentaré dar una solución que permita compatibilizar LexNet con sistemas no Windows o, más concretamente, con Linux.
 
- Solución 1: Google Docs.

Una solución rápida la da Google Docs. Aquellos que tengan una cuenta de Google, puede utilizar dicha aplicación para importar el documento recibido y, una vez abierto, descargarlo en PDF o cualquier otro formato que le sea más cómodo. La ventaja de este método es que no requiere la instalación de software adicional. Como contrapartida, exige una conexión a internet y una cuenta de Google. Además, puede resultar algo tediosa si se reciben muchas notificaciones vía LexNet, pues exige la introducción de contraseñas, la subida de archivos "a la nube", la descarga en PDF y, para evitar problemas con la Agencia Española de Protección de Datos, el borrado de los archivos de los servidores de Google una vez terminada la faena.

- Solución 2: Wine.

Para aquéllos que no dispongan de una cuenta de Google o, simplemente, prefieren realizar todo el proceso con su ordenador, hay otro método que requiere la instalación de aplicaciones adicionales, pero con la ventaja de que la conversión se hace más rápidamente y con mayor comodidad que con Google Docs. Hasta el día de hoy, no he encontrado ninguna aplicación de Linux que consiga leer correctamente las notificaciones de LexNet, así que necesitaremos Wine, y un programa llamado Microsoft Word Viewer. Sí, es de Microsoft, para Windows y no es libre; pero, al menos, es gratuito. Vamos allá.

Wine es una aplicación que permite ejecutar programas de Windows en Linux. Para instalarlo, se pueden bajar los paquetes desde la página oficial, aunque es preferible añadir los repositorios al archivo sources.list. Para Debian, existen los repositorios de Lamaresh, que añadiremos siguiendo los siguientes pasos (basados en las instrucciones de Lamaresh):

1.- Abrimos un terminal.
2.- Como root, escribimos gedit /etc/apt/sources.list.
3.- Dando por hecho que utilizamos la última versión estable de Debian (a fecha de este post, Squeeze), añadimos la siguiente línea al archivo: deb http://www.lamaresh.net/apt squeeze main
4.- Guardamos los cambios y cerramos Gedit.
5.- Sin salir del terminal, añadimos las firmas de Lamaresh con la siguiente orden: wget http://www.lamaresh.net/apt/key.gpg && apt-key add key.gpg.
6.- Actualizamos las fuentes: aptitude update (o apt-get update, si se prefiere).
7.- Instalamos Wine: aptitude install wine (o apt-get install wine, si se prefiere).
8.- Una vez finalizada la instalación, cerramos el terminal. Ya tenemos Wine instalado.

Ahora tenemos que instalar Microsoft Word Viewer. Para ello, nos descargamos la última versión desde la página oficial. Después de la descarga, ejecutamos el archivo EXE. Aceptamos la licencia y seguimos los pasos que nos indique el instalador.

Hasta aquí, lo más difícil. Todo lo explicado hasta ahora sólo hay que hacerlo una vez, pues son los pasos para instalar el software adicional que nos permite abrir las notificaciones de LexNet.

A partir de ahora, podemos abrir cualquier archivo RTF o DOC que nos llegue vía LexNet con todas las cabeceras. En Gnome, pinchamos con el botón derecho del ratón sobre el archivo en cuestión y seleccionamos Abrir con > Microsoft Office Word Viewer. Nos aparecerá algo así:


Aparece una gran línea negra a la izquierda del documento, donde se encuentra el escudo de España. Para evitar que salga en la impresión, con el gasto de tinta o tóner que supone, dentro de Word Viewer vamos a Herramientas > Opciones. Dentro de la pestaña Imprimir, en la sección Incluir con el documento, quitamos la opción Dibujos.
 

Aceptamos y ya podemos imprimir el documento tranquilamente, bien por impresora o en un archivo PDF. El resultado que se obtiene es algo así:
 

Inevitablemente, se pierde el escudo de la resolución, pero permanece íntegra la información del documento, que es lo que importa. A partir de este momento, ya podemos abrir cualquier documento con Word Viewer e imprimirlo, todo localmente y con programas instalados en nuestro ordenador.

Como conclusión, sólo me queda decir que, lamentablemente, la administración pública sigue faltando sistemáticamente a su propio compromiso de ser tecnológicamente neutral lo cual tampoco supone, en honor a la verdad, ninguna sorpresa. De momento, y para quienes necesiten recibir notificaciones de LexNet en un sistema Linux, he aquí las soluciones que he encontrado, y que dan idéntico resultado, sea cual sea la que se utilice. Ahora, sólo queda que las autoridades públicas, o los desarrolladores de los programas implicados, den una solución a este problema que permita un uso total y completo de programas nativos de Linux y, si es posible, libres. Por supuesto, alguien con más conocimientos que yo puede dar una solución mejor a las propuestas. Para eso sí que sois libres de intentarlo.

Microsoft® y Windows® son marcas registradas de Microsoft Corporation. 
Abiword™  es una marca registrada de Dom Lachowicz.

viernes, 20 de mayo de 2011

La nueva Reconquista.

Dice un proverbio árabe que "cuando vayas a decir algo, procura que tus palabras valgan más que el silencio". Más de un año ha que no escribo nada en esta mi humilde bitácora, pero el motivo no ha sido otro que el expresado por el mencionado proverbio; ése, y que otros motivos me han mantenido lo suficientemente ocupado como para no poder dedicarle tiempo a este espacio de reflexión personal.

Sin duda alguna, el tema estrella en todo este tiempo de silencio ha sido la omnipresente crisis, que como los cuatro jinetes del apocalipsis, cabalga por el mundo extendiendo toda clase de miserias. Y que Dios no coja confesados. La llamada crisis económica, o más recientemente, crisis del Euro es en realidad la constatación del fracaso del sistema neoliberal, del capitalismo salvaje que en las últimas décadas ha inspirado las políticas económicas de los llamados Estados desarrollados. Pero lo que podría haber sido una crisis financiera más, ha acabado degenerando en una crisis social y política comparable a la que allá por los años 90 afectó a los regímenes comunistas en general, y a la Unión Soviética en particular.

La sistemática destrucción de los Estados como entidad soberana en favor de entidades supranacionales de corte claramente antidemocrático (léase Unión Europea y las reiteradas votaciones en Irlanda en relación con el tratado de Lisboa "hasta que votaron lo correcto"), la renuncia de esos Estados a controlar los recursos estratégicos de sus economías (energía, comunicaciones, alimentos básicos) sirviéndolos en bandejas de plata a "los mercados", la descalificación y desprestigio de todo aquél que no seguía la doctrina oficial y avisaba de lo que venía ("euroescépticos", los llamaban), y la pasividad de los organismos de control económicos ha dado lugar a que los especuladores hayan visto todo un monte lleno de orégano al que han reducido a la nada como si del caballo de Atila se tratase. Y es que el neoliberalismo, que defiende a ultranza la autorregulación de los mercados, se basa en la misma falacia que cualquier sistema utópico: todo el mundo es bueno. Pero no todo el mundo es bueno, y quien pudo vender por el doble vendió por el doble, y quien pudo estafar por el triple así hizo, y de ese modo se inflaron los alimentos, la vivienda, la energía, todo; hasta que reventó.

Las consecuencias de todo ello fue un espanto general que los políticos intentaron paliar con una reforma integral del sistema financiero, al que echaban la culpa de la situación. Esta postura no buscaba otra cosa que redirigir la indignación popular hacia quienes habían sido sus colegas de trapicherías los últimos años, en un movimiento que se les da muy bien a los profesionales de la política. Pero traicionar a los padrinos tuvo sus consecuencias: los estados, despojados de su poder y de su autoridad para controlar la economía, ya no fueron capaces regular nada y los especuladores llevaron a cabo un golpe de estado sin precedentes en la historia: nada menos que hacerse con el control de la Unión Europea y los Estados miembros y forzarles a tomar medidas que sólo les favorecen a ellos. Y para que se dieran cuenta de que iban en serio, no dudaron en arruinar y dejar sin valor países enteros para luego comprarlos a precio de saldo y ganar dinero con la ruina de sus habitantes. Grecia, Irlanda y Portugal sucumbieron a la ira de Don Dinero. Y ahora ya no es que se le vean las orejas al lobo, sino que tienen bien clavaditos sus colmillos en los riñones. Desde ahora, el poderoso caballero, "los mercados", son los que mandan e imponen que un país se debe dirigir como una empresa y no como un ente que mira por el bien de sus ciudadanos, depositarios de la soberanía. Un ciudadano es igual a un empleado: un número, un gasto; y se acabó el estado del bienestar. ¿Qué es eso de pagar una sanidad pública, o dar pensiones y subsidios, o ayudas a esto o a lo otro? Como en una empresa, se busca el superávit rápido, el pago inmediato de lo que se debe, eliminando lo que no importa (servicios sociales, derechos) y exprimiendo la mano de obra que, encima, debe ser lo más barata posible (jubilación a los 67, subida de impuestos y de precios de productos básicos, reducción de salarios). El resultado: todos los recursos nacionales a disposición del nuevo dios, beneficios y ayudas para los que más tienen, y jarabe de palo para los demás.

¿Y qué pasa con España? Pues si España se ha salvado de la quema (de momento) ha sido porque, en primer lugar, es aún el refugio de parte de los grandes capos, que no quieren que nadie más que ellos manden en sus tierras, y porque además es donde los grandes partidos políticos se han apresurado con mayor rapidez a agachar la cabeza ante el nuevo amo. Sólo así se explica el giro de 180 grados a la derecha del PSOE, que Rajoy no entienda su propia letra, y que se haya producido el mayor recorte social de la historia de la joven democracia española. Y "los mercados", contentos, nos han dejado de momento en paz. Y es que la granja orwelliana en la que se ha convertido España "está haciendo bien los deberes". Bienvenidos a la cerdocracia.

Tenemos a la dictadura del capital que controla a la clase política, haciendo alternar las siglas del poder según conveniencia; convirtiendo la enseñanza, la cultura y, en consecuencia, el pensamiento crítico en un derecho exclusivo de su clase, mientras los demás somos condenados a una perpetua y dócil ignorancia; imponiendo su neolengua (miembra, monomarental) y utilizando su policía del pensamiento para coartar la libertad de los nuevos esclavos; y utilizando el constante doblepensar para confundir al populacho, para hacerle creer que lo que ve es mentira y que lo que es mentira, a fuerza de repetirla una y otra vez, de forma incansable, es verdad; para decir que una protesta gestada en las redes sociales es buena si ello pone en bandeja nuevos territorios que esquilmar (Egipto, Libia) o, al contrario, es mala si con ello se liberan territorios conquistados (España).

Pero he ahí que una reacción inesperada del pueblo no tan ignorante, no tan dócil, no tan indolente, les ha pillado por sorpresa. Y les ha entrado el miedo. Primero, escondieron la cabeza bajo tierra y lo ignoraron; después se dieron cuenta de que por mucho que lo obviaran ahí estaba, y lanzaron a sus voceros para desprestigiarlos; más tarde, utilizaron la represión y la prohibición, pero tampoco les funcionó; y ahora que no pueden con él, intentan sumarse a él, pero en una unión tan falsa y traicionera como la de las células cancerígenas: infectando, pudriendo, matando.

La nueva reconquista de España está en marcha. Espero que no muera por metástasis, por aburrimiento, por comodidad. Está en nuestras manos volver a recuperar lo nuestro, y que esta vez no dure ochocientos años.

Imagen: "La libertad guiando al pueblo", de Eugène Delacroix. Fuente: Wikimedia.

domingo, 25 de abril de 2010

¿Adiós a Dios?

La expectación creada por el gran colisionador de hadrones y, sobre todo, por el éxito de recreación de un micro "big bang" que permita responder a las numerosas preguntas existentes sobre el origen del universo, han hecho que se vuelva a poner a la orden del día la antigua polémica entre religión y ciencia.

Desde que el ser humano adquirió conciencia de sí mismo, sintió la necesidad de explicar su propia existencia. Qué es, de dónde viene y a dónde va son las eternas preguntas que el hombre se lleva haciendo desde que se reconoció a sí mismo al ver su reflejo. A partir de ahí, las explicaciones comenzaron a desarrollarse desde un punto de vista religioso: así, desde los truenos, hasta la lluvia, pasando por las enfermedades, todo tenía su origen en la voluntad de uno o varios seres superiores que gobernaban la vida más o menos según su voluntad.

A medida que la tecnología y el conocimiento avanzan, la ciencia ha ido comiéndole el terreno a la religión en no pocos ámbitos, y de este modo hoy día pocas personas pueden defender con éxito que fenómenos naturales como un tornado, o males como una neumonía puedan tener un origen divino. Con el experimento del LHC los científicos pretenden explicar cómo se creó el universo y cuál es el origen y naturaleza de la materia que compone el mismo. Si lo logran, muchos piensan que se habrá conseguido arrebatarle a Dios (o a los dioses) la autoría del universo o, al menos, una gran parte de la obra, dando por zanjada (o casi) la problemática de la existencia de un ser superior creador de todo.

Ahora bien, ¿llegará el ser humano a reducir la parcela de la religión hasta tal punto que pueda afirmarse que no existe ningún dios? Está claro que, por mucho que haya avanzado la ciencia y el conocimiento, aún quedan muchas preguntas que sólo pueden recibir respuesta desde otros ámbitos. El más importante de todos ellos, el sentido de la vida y, por extensión, de la muerte. ¿Para qué vivir? ¿Qué significa la muerte? Si sólo estamos en este mundo para nacer, crecer, reproducirnos y morir, ¿para qué la capacidad de razonar, esa inteligencia tan superior? Bien podríamos ser una raza animal más como cualquier otra.

Esas cuestiones aún no pueden ser resueltas por la ciencia. La pregunta que más angustia al ser humano desde que pisó este mundo, si hay algo tras la muerte, sólo puede ser contestada por la religión o la filosofía. Quizás algún día el hombre pueda desvelar el secreto, y entonces descubriremos quién está al final del túnel. ¿Habrá un ser superior que nos reciba, nos coronaremos a nosotros mismos como dioses, o no habrá nada?

Aunque, pensándolo bien, quizás son incógnitas que es mejor no despejar. El misterio del más allá, la esperanza de una vida eterna y feliz o la convicción de que que no hay realmente nada es lo que hace que el ser humano se supere y viva de acuerdo con unos principios morales base de la sociedad. Quizás eso a lo que nos agarramos con tanta fe - o con ausencia de ella - sea realmente lo que da verdadero sentido a la vida de cada uno.

domingo, 31 de enero de 2010

Espumarajos y mucha endivia.

Una de las noticias que ha convulsionado el panorama nacional, y parte del internacional, ha sido la decisión del cocinero Ferrán Adrià de cerrar su restaurante "El Bulli" por un período de dos años; tiempo para, según él, replantearse el futuro del negocio y dedicarse a la investigación culinaria.

España, país tradicionalmente poco dado a reconocer mérito alguno a sus hijos más ilustres, a menos que estén relacionados con el fúrgol, se ha levantado en armas de forma inmediata y pronto se ha planteado una batalla entre seguidores y detractores del que es considerado el mejor cocinero del mundo. El mejor, al menos, para la mitad del país y para la totalidad del resto del mundo; que si se llamara Fernand André y tuviera cualquier nacionalidad allende los pirineos, sería el mejor para todos y Dios para sus compatriotas.

Los argumentos de sus admiradores no tienen ningún interés por lo predecibles que son los peloteos en estos casos. Lo que llama realmente la atención son los argumentos de sus detractores: hay quienes critican los precios de "El Bulli", que si se sale con hambre y sin dinero; otros sostienen que vende espumitas y buñuelos de viento sin buñuelos; y alguno hay que dice que se ha aburrido de ganar pasta estafando con platos ridículos y por eso ahora se quiere pegar la gran vida. "Donde se ponga un cocido que se quite lo demás", dice un ilustrado gurmé de cerveza y panchitos.

La cocina de Ferrán Adrià, como todo el mundo sabe, es una cocina de vanguardia, de innovación, que busca nuevas texturas y nuevos sabores, y quien va a un restaurante de ese tipo no tiene intención de comer hasta provocarse un cólico. Ni compite ni intenta competir con la cocina tradicional, que tiene igualmente su público y sus locales. Comparar el cocido, la tortilla o un plato de macarrones con chorizo con un áspic caliente de nécoras con cous-cous de minimazorcas es confundir la velocidad con el tocino. Lo que los cocineros de vanguardia hacen ahora es raro y difícil de comprender, pero seguramente muchas de sus recetas revolucionarias, en un futuro, serán elementos normales de la gastronomía diaria. Porque, al contrario de lo que la gente piensa, Prometeo no se dedicó a enseñar a los mortales a hacer un potaje con el fuego que robó a los dioses. En algún momento de la historia de la humanidad, un temerario - o un soltero desesperado - pensó que a lo mejor salía algo comestible si juntaba en una misma olla las cuatro cosas que tenía por ahí y que, por separado, no le servían de mucho. La patata, sin ir más lejos, tubérculo que acabó con el hambre en Europa, fue considerada al principio una plata exótica y se plantaba en macetas cual geranio. Hasta que a alguien se le ocurrió darle un bocado para ver a qué demonios sabía eso y, ahora, a ver quién duda de la honestidad y de la salud mental de quien cocina unas buenas patatas fritas.

En cuanto a lo del precio, también las críticas me parecen infundadas. Nadie le da vueltas a que un coche cueste 80.000 euros, que una noche en un buen hotel cueste 250, que quince días en un apartamento en la playa, con sus cucarachas, cueste 1.500; o que una consola de videojuegos cueste 600. Sin embargo, sí molesta que comer en El Bulli cueste 250 euros (o lo que cueste, que no lo sé) cuando se degusta seguramente el trozo maś selecto de la parte más exquisita del lomo de un cerdo ibérico de bellota, con una espuma de lo que sea que ha requerido que un tío esté batiendo media mañana un puré hasta hacerlo espuma; técnica que, por lo demás, le ha llevado seguramente varios meses de pruebas y experimentos. Y ello sin tener en cuenta que se está comiendo en el mejor restaurante del mundo, y con el mejor cocinero del mundo a nuestro servicio. Más duele que te cobren 40 euros, como a mí el otro día, por tres gajos de patata frita con un entrecot, que no tiene más ciencia que dejarlo caer con desgana encima de una plancha. Una carne, todo sea dicho, que no estaba mala pero que distaba mucho de la mejor calidad. Lo que demuestra todo esto es que quienes critican el precio no están interesados en el tipo de cocina que ofrece El Bulli, de la misma manera que yo, al no estar interesado, veo una tomadura de pelo gastarse 600 euros en una consola y 50 más en cada videojuego.

En definitiva, la cocina de vanguardia no es más que la lanzadera de la que saldrán muchos de los platos que, en el futuro, veremos normales y aumentarán el repertorio de la gastronomía tradicional. En estos momentos El Bulli es la fábrica donde se construyen los prototipos cargados de elementos innovadores que después serán incorporados a productos de gran consumo. Y eso hay que reconocerlo. Claro que nadie es profeta en su tierra, y menos un español. Para qué sirve eso del ABS, de la dirección asistida y de la inyección electrónica si mi Ford T funciona que da gusto.

"¡Que inventen ellos!", dijo el gran Unamuno. Cuánta razón tenía.

lunes, 14 de diciembre de 2009

De rosas y espinas.

Me voy a poner serio por una vez. Lo que vi por televisión el viernes pasado me resultó tan triste que me resulta imposible bromear con ello; ni siquiera me veo capaz de contarlo con un mínimo de ironía. Mientras se actualizaba mi Debian Squeeze - pedazo de actualización - me puse a hacer zapping en la tele. Como suponía, no había nada interesante, pero llegué a Antena 3 y lo que emitían me llamó la atención, así que me detuve unos minutos y puse toda mi atención en lo que sucedía.

El programa en cuestión era DEC, y su gallinero de tertulianos estaba revolucionado, al parecer, a consecuencia de un vídeo en el que, supuestamente, aparecía Ángel Cristo maltratando de pensamiento, palabra, obra y omisión a su actual pareja. El vídeo no llegué a verlo, pero supongo que tampoco es que importe mucho porque, por lo visto, lo que yo o cualquier otra persona - incluido un juez - dijera no podría absolver al domador ya acusado, juzgado y condenado sin posibilidad de recurso en juicio sumarísimo por la ilustrísima corte de porteras.

Una vez leída la sentencia en audiencia pública, entra en directo una llamada de la actual pareja del condenado. El presentador del programa le concede la última palabra pero sólo a ella, dejando claro que no va a permitir que hable el destinatario de la furia colectiva. Durante las apenas seis palabras consecutivas que consigue decir sin que la interrumpan y la critiquen - pues sorprendentemente defiende al condenado -, el presentador mantiene una risita condescendiente y queda patente que lo que le está entrando por un oído le está saliendo inmediatamente por el otro.

Este homenaje a la democracia, al Estado de Derecho y a los derechos humanos - se pasaron por el arco del triunfo, como es costumbre, los artículos 10 y 11 de la Declaración Universal de Derechos Humanos - resulta especialmente deplorable después de lo sucedido en Tenerife y en Sevilla. El cuarto poder tuvo que admitir a regañadientes su parte de culpa después de intentar por todos los medios cargarle el muerto a los médicos, a la policía, a la crisis y al chachachá. Todos pensamos inocentemente que por fin se había aprendido algo, pero el hediondo inframundo de la prensa rosa se ha empeñado en denigrar la profesión periodística cueste lo que cueste. No permitas que la verdad te estropee una noticia, y si para ello has de hacer de fiscal, juez y verdugo, y arruinar cuantas vidas se te pongan por delante, no dudes en hacerlo.

La sabiduría popular, hija de la experiencia, dice que quien a hierro mata, a hierro muere. Eso ya debería dar que pensar a esa gente a la que tanto le gusta la desgracia ajena. Yo, por mi parte, me permito recordarles el famoso poema de Martin Niemöller:

"Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,

porque yo no era comunista
,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata,


Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,


Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío,


Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar
".


Y, para terminar, una recomendación de fácil cumplimiento: señores de DEC, el diccionario no es tóxico. Hagan un favor a la humanidad y no nos vuelvan a provocar cortes de digestión con su cruel ortografía. Desde luego, esa noche consiguieron coronarse:


Como diría don Fernando Fernán Gómez, ilustre miembro de la Real Academia de la Lengua: "Váyanse ustedes a la mierda".

martes, 24 de noviembre de 2009

Los problemas de jugar con fuego.

El pasado día 18 de noviembre, navegando por ahí, me encuentro con una noticia curiosa en la web de Antena 3 noticias, que capturo para que se vea siempre aunque algún día la quiten. Trata de un joven francés que tenía planeado provocar una matanza en su escuela, tragedia que afortunadamente se evitó gracias al aviso que sus padres dieron a la policía. Hasta aquí, nada que no sea el pan nuestro de cada día, que tan alegremente los periodistas de nuestro país nos sirven en el desayuno, la comida y la cena. Cierto es que mejor hubiera sido que nos lo hubieran acompañado, como es costumbre, con el típico tomate o con higaditos encebollados, pero sabido es que los gabachos son unos estirados y unos antipáticos que no nos tragan, y decidieron dejarnos ese día sin nuestra ración de morbo. Asco de Europa.

Sin embargo, hay una frase al final de la noticia que cambia la cosa. Sin duda alguna, es el aceite de oliva virgen que, a Dios ponemos por testigo, nunca permitirá que un español se meta un mendrugo seco en la boca: "[...] sus padres le califican como un adicto a los videojuegos" (así, en negrita). Pues claro. Y es que, lo que parece un tópico sacado del manual del perfecto periodista amarillo, es, muy al contrario, la lógica explicación; la luz que disipa las tinieblas del caso; una verdad tan indiscutible como que pienso, luego existo. Porque nadie en su sano juicio duda que la juventud violenta y desalmada tiene su origen en el botellón, el P2P y los videojuegos.

Desde pequeño he vivido de cerca los ordenadores y sus juegos. Desde el Amstrad CPC hasta mi portátil, pasando por mi PlayStation 2, muchas máquinas recuerdan el infernal proceso que me transformó en el ser oscuro que soy hoy: corté cabezas a porrillo en Barbarian; fui francotirador en Prohibition; exterminé nazis sin compasión en Wolfenstein 3D; crecí siendo un matón callejero en Double Dragon, en Street Fighter II, en World Heroes y World Heroes 2; me cargué a todo bicho viviente en Doom, Doom II y Duke Nukem 3D; me convertí en el terror de la carretera en Carmageddon; e incluso aplasté cabezas y abrasé inocentes tortuguitas con bolas de fuego en Super Mario Bros.

Y por ello soy un monstruo; un antisocial que trabaja, con catorce puntos en el carné de conducir, que tortura a los amigos con cervezas y consejos, que contribuye a la deforestación del planeta comprando libros y que no soporta nada que tenga que ver con la prensa rosa.

Ha llegado la hora de cambiar. La consola - esa caja de Pandora, ese acceso directo al noveno círculo del infierno - desde hoy va a quedar apagada para siempre. Desde este momento volveré a las antiguas costumbres de nuestros ancestros, a las aficiones de esa edad de oro en la que los hombres se quitaban el sombrero para saludarse y las mujeres soñaban con casarse y ser mamás. Mi mente sanará con juegos relegados al olvido por el diabólico silicio y que, no cabe duda, formaron la inocente personalidad de grandes prohombres que la humanidad ni olvida ni olvidará jamás. Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, Pol Pot... menos mal que no sufrieron la malvada influencia del joystick.

domingo, 15 de noviembre de 2009

"La ciudad del diablo", de Ángela Vallvey.

Sorprende que una escritora de la talla de Ángela Vallvey, "ninguna primeriza en el ámbito de las letras", como ella misma reseña en su página web, y con un premio Nadal y una final del premio Planeta en su haber, haya podido dar a luz a algo tan decepcionante como "La ciudad del diablo". Definitivamente no debe de ser su mejor libro, y es una lástima que haya sido lo primero que he leído de ella, porque por su culpa pensaré más de lo debido darle otra oportunidad en el futuro.

Y eso que la historia no pinta mal en principio: en el ficticio pueblo toledano de San Esteban aparece el cadáver de una conocida vecina. La conmoción que provoca la causa violenta de su muerte, y el inquietante momento político en el que se produce, con Franco agonizando, hace que los habitantes del pequeño municipio vivan los últimos días de la dictadura en la frontera entre la tensión de viejos secretos familiares y la angustia de un incierto futuro.

El problema reside en que la autora no ha acertado en la forma de contarlo, y el libro muere en sus primeras páginas. La historia no ofrece emoción en ningún momento, y pronto el lector se da cuenta de que todo no es más que una excusa para encasquetar una crónica sobre los últimos días de Franco. Tanto es así que lo que en principio parece sólo el contexto histórico de la novela acaba creciendo como un tumor maligno y finalmente se lo come todo, haciéndose omnipresente, y relegando a lo que se suponía la historia principal a la esquina en la que menos estorba.

Los personajes, además, tampoco es que hagan mucho por darle lustre al libro; son muy difíciles de digerir. Dos protagonistas principales: Don Alberto, un cura joven recién llegado y renovador, y Ricardo, un monaguillo de diez años y de una madurez impropia para su edad, son acompañados por un puñado de figuras absolutamente intrascendentes. Sólo destacan el abuelo de Ricardo, un poco creíble señorito rico, rojo hasta la médula, que se hace constantemente el gracioso amigo guay y que no duda en hablarle abiertamente de putas a su nieto; y quienes finalmente son responsables de la muerte violenta (lógicamente, no puedo dar más datos).

El estilo, por otro lado, no me parece tampoco afortunado. La narración de lo que acontece en el pueblo toledano está plagada de situaciones y conversaciones triviales, de difícil encaje, que no aportan nada al desarrollo del relato y que, como ya he dicho, no son más que pequeños y aburridos entremeses dentro del verdadero objetivo del libro: la crónica de la agonía del caudillo. Además, el texto presenta una sobrecarga de símiles que caen sobre la mente del lector como una bomba de racimo; prácticamente cada párrafo describe una situación, persona o cosa, y todo es como algo. La obsesión llega a tal punto que se acaba recurriendo a comparaciones tan malas como a que aparece en la página 154 de mi ejemplar:

"Sus ojos estaban puestos en el Mas Allá, y seguramente no entendía demasiado de la cosas del mundo al igual que un esclavo judío de la antigüedad no comprendía la política egipcia".

En definitiva, "La ciudad del diablo" me parece un libro insulso y aburrido, quizás sólo para incondicionales de su autora. Quienes busquen una interesante novela negra, con una trama inquietante y un brillante final que sorprenda se sentirán profundamente decepcionados ya que, sin comerlo ni beberlo, se verán envueltos en una clase de historia de España que, de haberla querido, mejor hubiera sido recurrir a otros géneros literarios. Si Ángela Vallvey quería dar su versión de los últimos días del dictador, quizás debería haberse atrevido con un ensayo, y así no habría condenado al fracaso a un relato que acaba tocando fondo con el espantoso ridículo que, al final, acaban haciendo Don Alberto y Ricardo. Sherlock Holmes y Watson, como ellos mismos se definen, quedan muy lejos del papel de los dos protagonistas, y más bien son los entrañables Mortadelo y Filemón quienes mejor representan la esencia del joven cura y su monaguillo.